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miércoles, 12 de noviembre de 2014

UNESCO y "NATURE" CREAN LA BIBLIOTECA MUNDIAL DE LA CIENCIA

•Hay más de 300 artículos, 25 libros y 70 vídeos para estudiantes y maestros 

París. — La UNESCO busca facilitar el acceso libre al material de aprendizaje de ciencias naturales e investigación con una Biblioteca Mundial de la Ciencia, proyecto junto con la revista Nature que ayer fue presentado en París.

La presentación de ayer coincidió con el Día de la Ciencia decretado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y Cultura (UNESCO).

En la primera versión del banco de datos de la UNESCO en París hay más de 300 artículos de referencia, 25 libros científicos y 70 videos de Nature Education que están a disposición de los interesados sin cargo alguno.

En la plataforma digital http://dpaq.de/Od1mM, estudiantes de una misma materia pueden formar grupos o entablar contactos con otros grupos. El objetivo es reforzar la formación científica y en ciencias naturales.

Para los profesores existe una herramienta de crear un aula, un espacio virtual donde pueden colocar los temas y materiales del curso, así como discusiones y anuncios.

También se puede crear un libro electrónico para que las personas puedan compartir con sus compañeros y estudiantes.

El sitio ofrece también una guía para explorara carreras científicas para poder orientar a lo jóvenes a tomar la mejor elección.

Cada obra que se sume al banco de datos se mostrará en la página web. Esta biblioteca online se dirige especialmente a las personas en países en vías de desarrollo.

La UNESCO ve en ello una forma de potenciar la igualdad de oportunidades. “El mundo necesita más ciencia y más científicos para afrontar los desafíos actuales”, dijo la directora de la UNESCO, la búlgara Irina Bokova.

Y para ello un instrumento importante es la nueva Biblioteca Mundial, cuya base de datos no es sólo para estudiantes, sino también para profesores y analistas, dijo Bokova.

Según el tema, en la plataforma se encuentran, libros, artículos, videos o links a otras páginas.

La búsqueda de material se realiza mediante un índice y temas. Además ofrece una sección donde se pueden exploran algunos muy concretos y de actualidad, como enfermedades del corazón, dopaje en el deporte, energías alternativas y células madre.

En multimedia se aborda diversos videos cortos que explican desde qué es un planeta hasta cómo saber que estamos evolucionando. DPA
Con información de: EL UNIVERSAL

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EL BUEN EDITOR ES INVISIBLE


•Ahora con su propia editorial (Chicken House), Cunningham visita nuestro país; mañana tendrá un conversatorio con la escritora Verónica Murguía en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil.
El inglés guió a J. K. Rowling, autora de Harry Potter, para que su saga fuera un éxito mundial 

Barry Cunningham, ahora desde la independencia de su editorial Chicken House, mantiene el sueño del día en que dentro de un sobre de papel manila aparezca el manuscrito que va a sorprender al mundo. Esa experiencia sublime ya la vivió en 1994, cuando llegó a sus manos Harry Potter y la piedra filosofal, el primer libro del bestseller mundial de la escritora inglesa J. K. Rowling que había sido rechazado por 23 editoriales antes de que la editorial Bloomsbury decidiera publicarlo.

Ese editor mítico nacido en 1939 encarna la figura del “buen editor”, el que acompaña a los escritores, los guía por el camino hacia el éxito, como lo ha hecho con Roald Dahl, autor de, entre otros, Charlie y la fábrica de chocolate; con Cornelia Funke, creadora de la trilogía Corazón de tinta; con Roderick Gordon y Brian Williams, autores de la saga Túneles y por supuesto los primeros títulos de J. K. Rowling. Es un caballero inglés de fina y noble estampa que desde el sábado está en México como invitado principal del 17 Seminario Internacional para el Fomento a la Lectura.

En entrevista, Cunningham asegura que un escritor tiene que confiar en su editor como si fuera una novia porque él será quien lo lleve a sacar la verdad del libro. “A veces nos peleamos y lloramos y tenemos pleitos pero el chiste es terminar el libro. Es una relación pasional”, incluso de discrepancias “Yo quería cambiarle el título a Harry Potter y la piedra filosofal porque no creía que los niños fueran a entender el concepto pero Rowling dijo; ‘No, no, estás equivocado, a los niños les encantan las cosas que no pueden entender’, y no me quedó más que aceptar”.

Reconoce que a veces es más fácil trabajar con un escritor novel porque no han aprendido a imponerse a la brava, pero también es bueno trabajar con escritores que ya tienen experiencia “mutuamente nos enseñamos a ser valientes”.

Barry, quien mañana tendrá un conversatorio con la escritora Verónica Murguía en la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil, dice que cuando Harry Potter llegó a sus manos no sabía que había sido rechazado 23 veces, fue una historia que le encantó desde el primer momento y sabía que era un libro que abrazarían y adorarían los niños. “Sabía que los niños lo iban a adorar, lo que no sabía era que los adultos lo iban a adorar”.

Su propuesta como editor es que los escritores mantengan siempre el humor y las partes chistosas, su reto es ser invisible. “Como todo buen editor, quería que en el texto mis huellas fueran invisibles”, pero reconoce que la huella en Harry la dejó en el ritmo, los contrapuntos que dan origen al drama. “J. K. Rowling es una escritora poco usual, es como una gran fan de su propio trabajo, está muy metida dentro de la historia, busqué que mi labor dentro del libro fuera invisible”.

Atento a lo que pasa en México con los jóvenes, también viendo las tendencias literarias de novelas distópicas como Los juegos del hambre y Juegos de tronos, Barry Cunningham dice que los jóvenes tienen un lugar muy importante pero muy duro en el mundo, tanto en la realidad como en la literatura.

Con información de: EL UNIVERSAL

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jueves, 4 de septiembre de 2014

El Marruecos de ellas, siete nuevos poetas

Rajae Talbi (Casablanca, 1966)
En el horizonte de la poesía marroquí contemporánea, escasamente conocida en México, destacan por su fuerza y frescura las voces femeninas que se alzan en pie de igualdad con las de los hombres. Su sensibilidad, expresa en diversas lenguas –destacadamente en árabe o en amazigh– los rasgos distintivos de la multiculturalidad del Magreb. Esta muestra de siete autoras nacidas entre 1958 y 1980 refleja la originalidad de una poesía que se arraiga en el imaginario del norte de África y en las dos orillas del Mediterráneo occidental. Sus creaciones fluyen en el cruce de Oriente y Occidente, entre modernidad y tradición, para dibujar con finos trazos sus afinidades con la poesía que hoy se escribe en otras regiones del mundo.
Jorge Valdés Díaz-Vélez



Nobleza
Rajae Talbi
(Casablanca, 1966)

Nada pudo mover su nobleza.
Ni su dulce boca,
ni su atractivo rojo de labios,
ni sus hambrientos ojos,
ni su deseado cuerpo.
Tampoco sus zapatos altos
que taconean
como un reclamo.
Es hombre de un gran amor,
un amor que ayuna toda la eternidad
y sólo come de la mesa de su amada.

Versión del árabe de Abdellatif Zennan

De otro tiempo
Fatiha Morchid
(Benslimane, 1958)

Soy mujer
de otro tiempo,
apoyo el estetoscopio
sobre el corazón del mundo
que no me escucha.

Y cada vez que la roca
rompe mi flujo
lo entrego a las arenas.

El ímpetu del viento
arranca las ramas.
Las restantes
las consagraré a
la nada.

Beberé el brindis
de la tempestad.
Tal vez pueda
morir
de amor
por sobredosis.
Versión del árabe de Mezouar El Idrissi

Cautela
Amal Al Akhtar
(Alcazarquivir, 1967)
Como en cualquier amanecer,
me enajena una rosa temblorosa.
Como en cualquier mediodía,
una rosa triste me abandona.
Como en cualquier tarde,
Voy y vuelvo temerosa.
Versión del árabe de Khalid Raissouni

Residencia
Latifa Meskini
(Fez, 1970)

El gemido es un canto que se cubre con el trance.
Si el gemido fuese una morada me alojaría en ella,
coloraría su interior y exterior
con los colores del trance.
En aquel gemido
me entré entera,
de mí salió entera,
se calló enteramente.
La sangre gime en la arteria
Revela su expresión cuando alcanza el corazón
se calla cuando alcanza la mente.
El gemido de la memoria es una revelación sin palabras
cuando escuchas su voz
amarra tus orejas, descuida sus notas.
Ninguna travesía pudo limitar el gemido
que se perdió solitario,
por el eco resonó, por el silencio sucedió
¡Delimita el límite entre el gemido y el silencio
Para que no pierdas la voz!
El gemido desafía a la expresión.

Versión del árabe de Reddad Cherati

Gula
Fátima Zahra Bennis
(Tetuán, 1973)

Bebes un resplandor
de agua y fuego
con tu paralizado útero
como si fuera miel
Tu vacío se disculpa
Ante un espejismo
que no te merece
Estás llena de gula
y con tinta de ansiedad
riegas
el desierto del corazón.

Estás destinada a lo imposible.
Ninguna patria te dará cobijo,
ni han de saciarte las cosechas.

Versión del árabe de Mezouar El Idrissi

Verdor ardienteLamiae El Amrani
(Tetuán, 1980)

Despierta en la noche
me visita tu mirada
tus ojos de verde
y verde esperanza
me acerco a ellos
y cabalgo en tu cama
tú corres en mis ríos
yo corro en tu mirada
En español en el original

Disculpa
Imane Khattabi
(Tetuán, 1974)

Como un príncipe, la primavera avanzó hacia ella
y se inclinó con la educación de los nobles:
¿Me concedes esta pieza, mi señora?
Se disculpó con amargura:
Murió el talón de mi alegría,
y en el cuerpo que llevo en mi bolso
se han marchitado las rosas.

Versión del árabe de Mezouar El Idrissi

Con información de La Jornada Semanal


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jueves, 6 de marzo de 2014

LUIS VILLORO FALLECIÓ A LOS 91 AÑOS EN LA CIUDAD DE MÉXICO

http://goo.gl/pcQfWu
LUIS VILLORO (1922-2014)
MÉXICO, D.F. (apro).- Filósofo, catedrático e intelectual, reconocido por su compromiso con las causas sociales y su trabajo clave en las negociaciones del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) con el gobierno federal, el doctor Luis Villoro Toranzo falleció hoy por la tarde a la edad de 91 años en esta ciudad.

Villoro nació en Barcelona, España, el 3 de noviembre de 1922. Fue Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Ciencias Sociales, Historia y Filosofía (1986) y miembro desde 1978 de El Colegio Nacional, donde ingresó con el discurso “Filosofía y dominación”.

Fue justo en este último recinto donde se le vio por última vez en público el pasado 25 de febrero, cuando presenció el discurso de ingreso de su hijo, el escritor y cronista Juan Villoro.

Sobre el deceso, el filósofo Ramón Xirau dijo a Apro que se encontraba “muy triste”, mientras que el arquitecto Fernando González Gortázar aseguró que es una “pérdida gigantesca”.

Luis Villoro Toranzo cursó estudios profesionales de maestría y doctorado en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), así como posgrados en la Universidad de La Sorbona, en París, y en la Ludwiguniversität de Munich, Alemania.

Entre 1942 y 1952 conformó, junto con Emilio Uranga (1921-1988), Jorge Portilla (1918-1963), Ricardo Guerra (1927), Joaquín Sánchez McGregor (1925), Salvador Reyes Nevares (1922-1993), Fausto Vega (1922) y Leopoldo Zea (1912-2004), el denominado Grupo Hiperión –cuyo nombre simbolizaba el vínculo entre lo universal de la cultura europea con lo particular de la cultura mexicana–, dedicado al estudio del ser del mexicano. Su tesis versó sobre Los grandes momentos del indigenismo en México.

A través de intercambios epistolares, Villoro fungió como una especie de “corresponsal” al tener intercambio de ideas con el Subcomandante Marcos del EZLN, aunque el gobierno federal faltó a su palabra al no suscribir los Acuerdos de San Andrés, Chiapas.

Fue secretario de la Rectoría de la UNAM entre 1961-1962, y en 1989 fue nombrado investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad, así como presidente de la Asociación Filosófica de México (1980-1981). También ocupó varios cargos administrativos en esa universidad, así como en la Autónoma Metropolitana (UAM) y la Escuela Normal de Maestros. 

Luis Villoro publicó numerosos artículos sobre filosofía e historia intelectual. Entre sus ediciones se encuentran: Creer, saber, conocer, Siglo XXI, 1982; El concepto de ideología y otros ensayos (1985); El pensamiento moderno: filosofía del Renacimiento (1992); En México, entre libros: pensadores mexicanos del siglo XX (1994); El poder y el valor. Fundamentos de una ética política; Estado plural, pluralidad de culturas (1998); y De la libertad a la comunidad, (2001).

Entre sus distinciones destacan también el premio Universidad Nacional en Investigación en Humanidades (1989), y el premio Juchimán de Plata en Ciencia y Tecnología (1999).

Villoro padre fue embajador y delegado permanente de México ante la UNESCO en París (1983-1987) y miembro del Consejo Académico de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), y del Consejo Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.

Para su velación, los restos de Luis Villoro fueron llevados a la agencia funeraria Gayosso, de la avenida Félix Cuevas.

Texto publicado en el sitio: http://goo.gl/zwjYTc

martes, 25 de febrero de 2014

DE LA OSCURIDAD


HP Lovecraft 

De Herbert West, amigo mío durante el tiempo de la universidad y posteriormente, no puedo hablar sino con extremo terror. 
Terror que no se debe totalmente a la forma siniestra en que desapareció recientemente, sino que tuvo origen en la naturaleza entera del trabajo de su vida, y adquirió gravedad por primera vez hará más de diecisiete años, cuando estábamos en tercer año de nuestra carrera, en la Facultad de Medicina de la Universidad Miskatonic de Arkham. Mientras estuvo conmigo, lo prodigioso y diabólico de sus experimentos me tuvieron completamente fascinado, y fui su más íntimo compañero. 
Ahora que ha desaparecido y se ha roto el hechizo, mi miedo es aún mayor. Los recuerdos y las posibilidades son siempre más terribles que la realidad. 
El primer incidente horrible durante nuestra amistad supuso la mayor impresión que yo había llevado hasta entonces, y me cuesta tenerlo que repetir. 
Ocurrió, como digo, cuando estábamos en la Facultad de Medicina, donde West se había hecho ya famoso con sus descabelladas teorías sobre la naturaleza de la muerte y la posibilidad de vencerla artificialmente. 
Sus opiniones, muy ridiculizadas por el profesorado y los compañeros, giraban en torno a la naturaleza esencialmente mecanicista de la vida, y se referían al modo de poner en funcionamiento la maquinaria orgánica del ser humano mediante una acción química calculada, después de fallar los procesos naturales. 
Con el fin de experimentar diversas soluciones reanimadoras, había matado y sometido a tratamiento a numerosos conejos, cobayas, gatos, perros y monos, hasta convertirse en la persona más enojosa de la Facultad. 
Varias veces había logrado obtener signos de vida en animales supuestamente muertos; en muchos casos, signos violentos de vida; pero pronto se dio cuenta de que la perfección, de ser efectivamente posible, comportaría necesariamente toda una vida dedicada a la investigación. 
Así mismo, vio claramente que, puesto que la misma solución no actuaba del mismo modo en diferentes especies orgánicas, necesitaba disponer de sujetos humanos si quería lograr nuevos y más especializados progresos. 
Y aquí es donde chocó, con las autoridades universitarias, y le fue retirado el permiso para efectuar experimentos, nada menos que por el propio decano de la Facultad de Medicina, el sabio y bondadoso doctor Allan Hales, cuya obra en pro de los enfermos es recordada por todos los vecinos antiguos de Arkham. 
Yo siempre me había mostrado excepcionalmente tolerante con los trabajos de West, y a menudo hablábamos de sus teorías, cuyas derivaciones y corolarios eran casi infinitos. Sosteniendo con Haeckel que toda vida es un proceso químico y físico, y que la supuesta “alma” es un mito, mi amigo creía que la reanimación artificial de los muertos podía depender sólo del estado de los tejidos; y que, a menos que se hubiese iniciado una verdadera descomposición, todo cadáver totalmente dotado de órganos era susceptible de recibir mediante el adecuado tratamiento, esa condición peculiar que se conoce como vida. 
West comprendía perfectamente que el más ligero deterioro de las células cerebrales ocasionadas por un periodo letal incluso fugaz podía dañar la vida intelectual y psíquica. 
Al principio, tenía esperanzas de encontrar un reactivo capaz de restituir la vitalidad antes de la verdadera aparición de la muerte, y solo los repetidos fracasos en animales le habían revelado que eran incompatibles los movimientos vitales naturales y los artificiales. Entonces se procuró ejemplares extremadamente frescos y les inyectó sus soluciones en la sangre, inmediatamente después de la extinción de la vida. 
Tal circunstancia volvió enormemente escépticos a los profesores, ya que entendieron que en ningún caso se había producido una verdadera muerte. No se pararon a considerar la cuestión detenida y razonablemente. 
Poco después de que el profesorado le prohibiese continuar sus trabajos, West me confió su decisión de conseguir ejemplares frescos de una manera o de otra, y reanudar en secreto los experimentos que no podía realizar abiertamente. Era horrible oírle hablar sobre el medio y manera de conseguirlos; en la Facultad nunca habíamos tenido que ocuparnos nosotros de allegar ejemplares para las prácticas de anatomía. 
Cada vez que mermaba el depósito, dos negros de la localidad se encargaban de subsanar este déficit sin que se les preguntase jamás su procedencia. West era por entonces un joven, delgado y con gafas, de facciones delicadas, pelo amarillo, ojos azul pálido y voz suave; y era extraño oírle explicar cómo la fosa común era relativamente más interesante que el cementerio perteneciente a la Iglesia de Cristo dado que casi todos los cuerpos de la Iglesia de Cristo estaban embalsamados; lo cual, evidentemente, hacía imposibles las investigaciones de West. 
Por entonces era yo su ferviente y cautivado auxiliar, y le ayude en todas sus decisiones; no sólo en las que se referían a la fuente de abastecimiento de cadáveres, sino también en las concernientes al lugar adecuado, para nuestro repugnante trabajo. 
Fui yo quien pensó en la granja deshabitada de Chapman, al otro lado de Meadow Hill; allí habilitamos una habitación de la planta baja para sala de operaciones y otra para laboratorio, dotándolas de gruesas cortinas, a fin de ocultar nuestras actividades nocturnas. 
El lugar estaba retirado de la carretera, y no había casas a la vista; de todos modos, había que extremar las precauciones, ya que el más leve rumor sobre extrañas luces que cualquier caminante nocturno hiciese correr podía resultar catastrófico para nuestra empresa. Si llegaban a descubrirnos, acordamos decir que se trataba de un laboratorio químico. 
Poco a poco equipamos nuestra siniestra guarida científica, con materiales comprados en Boston o sacados a escondidas de la facultad (materiales cuidadosamente camuflados, a fin de hacerlos irreconocibles, salvo para unos ojos expertos), y nos proveímos de palas y picos para los numerosos enterramientos que tendríamos que efectuar en el sótano. 
En la facultad había un incinerador, pero un aparato de ese género era demasiado costoso para un laboratorio clandestino como el nuestro. Los cuerpos eran siempre un engorro... incluso los minúsculos cadáveres de cobaya de los experimentos secretos que West realizaba en su habitación de la pensión donde vivía. 
Seguíamos las noticias necrológicas locales como vampiros, ya que nuestros ejemplares requerían condiciones determinadas. 
Lo que queríamos eran cadáveres enterrados poco después de morir y sin preservación artificial alguna; preferiblemente, exentos de malformaciones morbosas y, desde luego, con todos los órganos. 
Nuestras mayores esperanzas estaban en las víctimas de accidentes. Durante varias semanas no tuvimos noticias de ningún caso apropiado, aunque hablábamos con las autoridades del depósito y del hospital, fingiendo representar los intereses de la facultad, si bien con no demasiada frecuencia en todos los casos, de manera que quizá necesitáramos quedarnos en Arkham durante las vacaciones, en que sólo se impartían las limitadas clases de los cursos de verano. 
Al final nos sonrió la suerte; pues un día nos enteramos de que iban a enterrar en la fosa común un caso casi ideal: un obrero joven y fornido que se había ahogado el día anterior en Summer's Pond, al que habían enterrado sin dilaciones ni embalsamamientos, por cuenta de la ciudad. Esa tarde localizamos la nueva sepultura, y decidimos empezar a trabajar poco después de la medianoche. 
Fue una labor repugnante la que acometimos en la oscuridad de las primeras horas de la madrugada, aún cuando en aquella época no teníamos ese horror especial a los cementerios que nuestras experiencias posteriores nos despertó. 
Llevamos palas y lámparas de petróleo porque, si bien ya habían linternas eléctricas entonces, no eran tan satisfactorias como esos aparatos de tungsteno de hoy día. El trabajo de exhumación fue lento y sórdido (podía haber sido horriblemente poético, si en vez de científicos hubiéramos sido artistas); y sentimos alivio cuando nuestras palas chocaron con madera. 
Una vez que la caja de pino quedó enteramente al descubierto bajo West, quitó la tapa, saco el contenido y lo dejó apoyado. 
Me incliné, lo agarré, y entre los dos lo sacamos de la fosa; a continuación trabajamos denodadamente para dejar el lugar como antes. La empresa nos había puesto algo nerviosos; sobre todo, el cuerpo tieso y la cara inexpresiva de nuestro primer trofeo; pero nos las arreglamos para borrar todas las huellas de nuestra visita. 
Cuando quedó aplanada la ultima paletada de tierra, metimos el ejemplar en un saco de lienzo y emprendimos el regreso hacia la granja del viejo Chapman, al otro lado de Meadow Hill. 
En una improvisada mesa de disección instalada en la vieja granja, a la luz de una potente lámpara de acetileno, el ejemplar no ofrecía un aspecto demasiado espectral. 
Había sido un joven robusto y poco imaginativo, al parecer un tipo saludable, y plebeyo (constitución ancha, ojos grises y cabello castaño); un animal sano, sin complejidades psicológicas, y probablemente con unos procesos vitales de lo más simple y sanos. 
Ahora bien, con los ojos cerrados, parecía más dormido que muerto; sin embargo, la prueba experta de mi amigo disipó en seguida toda duda al respecto. 
Al fin teníamos lo que West siempre había deseado: un muerto verdaderamente ideal, apto para la solución que habíamos preparado con minuciosos cálculos y teorías; a fin de utilizar en el organismo humano. 
Nuestra tensión era enorme. Sabíamos que las posibilidades de lograr un éxito completo eran remotas, y no podíamos reprimir un miedo horrible a las grotescas consecuencias de una posible animación parcial. Nos sentíamos especialmente aprensivos en lo que se refiera a la mente y a los impulsos de la criatura, ya que podía haber sufrido un deterioro en las delicadas células cerebrales con posterioridad a la muerte. 
Por lo que a mí respecta, aún conservaba una curiosa noción tradicional del “alma” humana, y sentía cierto temor ante los secretos que podía revelar alguien que regresaba del reino de los muertos. 
Me preguntaba qué visiones podía haber presenciado este plácido joven, si volvía plenamente a la vida. Pero mi expectación no era excesiva, ya que compartía casi en su mayor parte el materialismo de mi amigo. 
Él se mostró más tranquilo que yo al inyectar una buena dosis de su fluido en una vena del brazo del cadáver, y vendar inmediatamente el pinchazo. 
La espera fue espantosa, pero West no perdió el aplomo en ningún momento. De cuando en cuando, aplicaba su estetoscopio al ejemplar, y soportaba filosóficamente los resultados negativos. 
Al cabo de unos tres cuartos de hora, viendo que no se producía el menor signo de vida, declaró decepcionado que la solución era inapropiada; sin embargo decidió aprovechar al máximo esta oportunidad, y probar una modificación de la formula, antes de deshacerse de su macabra presa. 
Esa tarde habíamos cavado una sepultura en el sótano, y tendríamos que llenarla al amanecer, pues aunque habíamos puesto cerradura a la casa, no queríamos correr el más mínimo riesgo de que se produjera un desagradable descubrimiento. Además, el cuerpo no estaría ni medianamente fresco a la noche siguiente. De modo que trasladamos la solitaria lámpara de acetileno al laboratorio contiguo, dejando a nuestro mudo huésped a oscuras sobre la losa, y nos pusimos a trabajar en la preparación de una nueva solución, tras comprobar West el peso y las mediciones casi con fanático cuidado. 
El espantoso suceso fue repentino y totalmente inesperado. Yo estaba vertiendo algo de un tubo de ensayo a otro, y West se encontraba ocupado con la lámpara de alcohol (que hacía las veces de mechero Bunsen en ese edificio sin instalación de gas), cuando de la habitación que habíamos dejado a oscuras brotó la más horrenda y demoníaca sucesión de gritos jamás oída por ninguno de los dos. No habría sido más espantoso el caos de alaridos si el abismo se hubiese abierto para liberar la angustia de los condenados, ya que en aquella cacofonía inconcebible se concentraba el supremo terror y desesperación de la naturaleza animada. 
No podían ser humanos, un hombre no es capaz de proferir gritos así; y sin pensar en el trabajo que estábamos realizando, ni en la posibilidad de que lo descubrieran, saltamos los dos por la ventana más próxima como animales despavoridos, derribando tubos, lámparas y matraces, y huyendo alocadamente a la estrellada negrura de la noche rural. 
Creo que gritamos mientras corríamos frenéticamente hacia la ciudad; aunque al llegar a las afueras adoptamos una actitud más contenida... lo suficiente como para pasar por un par de juerguistas trasnochadores que regresaban a casa después de una francachela. 
No nos separamos, sino que nos refugiamos en la habitación de West, y allí estuvimos hablando, con la luz de gas encendida, hasta que amaneció. A esa hora nos habíamos serenado un poco discurriendo teorías plausibles y sugiriendo ideas prácticas para nuestra investigación, de forma que pudimos dormir todo el día, en lugar de asistir a clase. Pero esa tarde aparecieron dos artículos en el periódico, sin relación alguna entre sí, que nos quitaron el sueño. 
La vieja casa deshabitada de Chapman había ardido inexplicablemente, quedando reducida a un informe montón de cenizas; eso lo entendíamos, ya que habíamos volcado la lámpara. El otro, informaba que habían intentado abrir la reciente sepultura de la fosa común, como si hubieran hurgado en la tierra vanamente y sin herramientas. Esto nos resultaba incomprensible, ya que habíamos aplanado muy cuidadosamente la tierra húmeda. 
Y durante diecisiete años, West anduvo mirando por encima del hombro, y quejándose de que le parecía oír pasos detrás de él. Ahora ha desaparecido.