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lunes, 21 de febrero de 2011

Razón y conocimiento, utopías y artificios, en el pensamiento de Ikram Antaki

Paco Echeverría
Óclesis
Publicado en Momento Diario, miércoles 16 de febrero de 2011

Tiene razón Heriberto Yépez en decir que el gremio intelectual oficial ha generado cierta mitología al afirmar que la intelectualidad del país proviene principalmente de la estética, es decir, de escritores, pintores y creadores. Y aunque, ciertamente literatos o artistas como Reyes, los Contemporáneos, Rivera, Paz, Fuentes o Monsiváis instalaron su preeminencia en las letras y el arte por encima de otras disciplinas durante la primera mitad del siglo XX, fue la inercia —según Yépez— la que conservó su privilegio sobre las generaciones posteriores.

A tal grado fue dicha inercia, que muchas disciplinas fueron segregadas por los intelectuales literarios por considerarlas puramente “académicas”. Entre ellas, la Antropología, una disciplina que desde las últimas décadas del siglo XX —según Yépez— ha logrado superar en calidad, relevancia cultural e innovación a las letras mexicanas y al arte, inclusive, tiene una tradición más antigua y fuerte que la literaria, logrando posicionarse como “la rama intelectual primordial de este país”.

Tal vez esta última consideración de Yépez se nos antoje exagerada, porque eso implicaría ahora, arrinconar la literatura y no reconocer que también ha tenido una fuerte influencia en la historia intelectual del país, más bien, dependiendo del contexto, tanto academicismo como creación, han tenido sus momentos históricos preclaros, aunque sí, todo parece recargarse hacia la tendencia estética, pero volvemos a repetir, quizá se deba al contexto, a los tiempos postmodernos —que ya tendríamos que pensar en superarlos— que así lo exige.

"Con base en las reflexiones anteriores, podemos decir que dentro de los estudios antropológicos, etnográficos y culturales, han brillado con luz propia legiones de investigadores: Sahagún, Caso, López Austin, León Portilla, Johansson y más. No obstante, en nuestro país tuvimos la fortuna de contar con la presencia de una excelente mujer, una “dama de la academia”, por ser antropóloga, filósofa, lingüista, poetiza y ensayista. Nos referimos a Ikram Antaki, quien a través de la docencia, el ensayo, el periodismo y programas de radio y televisión, compartió con etérea sencillez, el conocimiento recibido.


Gracias a su asombrosa capacidad de organización y constante disciplina, la obra de Antaki puede ser considerada como un selecto compendio de sabiduría ancestral siria, alejandrina, grecolatina y occidental. Como filósofa, exige rendir culto a la Razón: “Cada quien escoge donde quiere ubicarse: en la tranquilidad del borrego o en la madeja de preguntas de su dignidad de hombre”. También afirmaba que “en algún punto perdido del Universo, cuyo resplandor se extiende a innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que unos animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue aquel el instante más mentiroso y arrogante de la historia universal”.

En el rubro de la historia, plantea que “el motor de la historia es la frivolidad”, pero una frivolidad que adquiere un sentido diferente al que generalmente pensamos.

En cuanto a la política, el pensamiento antakiano defiende el “vivir en Polis”, pero según ella, “se acabo el Estado-padre, solo quedan estados-madres que no amenazan a nadie, sino que seducen y amamantan; un sistema de matriarcado en política, ejercido por hombres que se comportan como nanas, que han sido escogidos por sus capacidades lecheras, sus pechos simbólicos”. Ante tal deformación, las civilizaciones se pudren, se derrumban, cuya lógica la explica así: “El envejecimiento no es más que el triunfo parasitario del tejido conjuntivo y de los fagocitos, sobre todos los demás; es decir: el triunfo de los bárbaros. Esta es la historia de las civilizaciones que mueren para dejar lugar a los bárbaros creadores de otras civilizaciones. El problema es que, mientras se pulen y las crean, pasa un tiempo inmenso, que acumula los crímenes, las destrucciones y los sufrimientos. Que tiene nuestra medida”.

Como antropóloga, Antaki es conocedora de las actitudes y conductas del ser humano, principalmente del mexicano y lo mexicano, no llegando a tocar, sino a apretujar nuestras llagas más purulentas bajo el esquema de una crítica, que aunque muchos consideran “severa”, exagerada, trata afectuosamente de combatir el “equivoco concepto infértil de mexicanos luchadores incomprendidos”, rompiendo así los grandes mitos históricamente oficiales, pues ella, al igual que otros, llegó a apoyar que “la famosa derrota no ha sido la derrota, era la victoria de indígenas y españoles en contra de los aztecas detestados, y la Malinche no era ninguna Malinche, sino una pobre chica esclava que se alió y agradeció y colaboró con su libertador, en contra de aquel que la había esclavizado”.


También, Antaki ha sido de las pocas en denunciar que el único logro del movimiento estudiantil de 1968 fue la creación de la generación más pobre en el México del siglo XX, y según ella, “el detonador del movimiento de mayo del 68 francés no fue el ideal de justicia, sino la excitación sexual”. Los chicos no tenían derecho de quedarse en los dormitorios de las chicas después de las diez de la noche. Por esta razón nos pusimos a hablar de cambiar el mundo”.

Como podemos observar, estas consideraciones antakianas —expuestas en sus obras “El pueblo que no quería crecer” y “El manual del ciudadano contemporáneo”— fueron contundentes, directas, y por ende, cargadas de altercación, pero cabe reconocer que difícilmente carecían de sólidos argumentos, de luminosidad lógica, capaces de hacer trastabillar a la cúpula política, económica, cultural e intelectual que en numerosas ocasiones se ha hecho de la vista gorda ante ciertos temas, que de alguna forma, ya han pasado a constituir los grandes mitos de nuestra identidad.

Sin embargo, su pensamiento terminó por incomodar a la clase intelectual “oficial” del país, quien no han perdido la oportunidad de desatar una serie de ataques hacia la persona de la antropóloga, etiquetándola como simple divulgadora cultural, y dejando de lado que se trata en realidad de toda una filósofa, y desatendiendo al sorprendente grado de lucidez de sus investigaciones, la amenidad de sus textos y conferencias y la profundidad de sus investigaciones.

Acercarse a la obra de Antaki nos puede servir de mucho para equilibrar las acometidas postmodernas y su visión de desechar los metalenguajes como proveedores de sentido a toda la realidad, para sustituir los criterios de la razón lógica que enjuician y sentencian las formas de conocimiento (lo que se conoce como sabiduría tradicional), por la simple doxa, posiciones sin argumentos sólidos (lo que se conoce como opinión).

Biografía mínima
Antaki nació en 1948 en Damasco, Siria, se instaló en México en 1975, y al año se nacionalizó. Estudió literatura comparada, antropología social y lingüística en la Universidad de París VII Denis Diderot. Posteriormente concluyó un postgrado en etnología del mundo árabe en la École Pratique des Hautes Études (Escuela Práctica de Altos Estudios). Murió el 31 de octubre de 2000 en la Ciudad de México, y a la fecha muchos ven su muerte como una gran pérdida, primero, por lo que representó como ser humano, y después por su motivación a acercarse a los estudios clásicos.