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sábado, 16 de octubre de 2010

A propósito de "Letras perdidas"

Marco Antonio Cerdio Roussell
El hecho de encontrarme aquí, viene, antes que nada, del azar. Fue el azar el que puso en mis manos este pequeño libro de pasta negra y portada abstracta que esta tarde presentamos. Sin embargo, no se puede negar la profunda causalidad inherente al azar. Este pequeño libro que, en una primera mirada, no es más que uno de tantos esfuerzos por hacer llegar a un potencial lector aquello que siendo en un principio intuiciones termina siendo, tras un fatigoso proceso de aprendizaje, prueba y error, nuestro relato, cumple con ciertas características que nos obligar a remarcar su presencia frete a otras posibilidades de lectura. Pero vamos poco a poco.

Palabras perdidas se encuentra conformado por 23 relatos de ocho autores. Son en su mayoría cuentos y relatos cortos —ya habrá tiempo de pelearnos por establecer estrictamente a qué género pertenecen o para decretar l invalidez del término género— de muy diferentes registros y matices. Algunos quizá nos parezcan más viñetas psicológicas o divertimentos formales, pero en lugar de restarle méritos al libro, permiten una mayor amplitud de lecturas, por ejemplo al contrastar quién le apuesta a la introyección, quién a la construcción de una trama, quién a integrar lo fantásico, quién a elevar lo cotidiano a eje de su trabajo creativo. Retomando lo dicho previamente, uno de los rasgos que me permiten recomendar este libro es la gran variedad de registros que alcanzan estos ocho autores y que se recogen en los relatos seleccionados.

Y es que en este libro sorprende la riqueza de miradas expresadas. En un primer nivel, si obsevamos la fichas biográficas de los autores, encontraremos una gran variedad de trayectorias de vida. Desde gente que tiene años dedicados a la búsqueda una voz propia hasta quienes llegan a la literatura por una exigencia vital más allá de su actividad cotidiana o profesional. En esta confluencia de miradas, las que le da al texto una riqueza que es poco común en obras de este tipo. No se trata del libro de autores con trayectoria, pero encontramos autores en los que se nota el camino recorrido y un oficio; no es un texto de autores primerizos, pero encontramos relatos con todo el desparpajo y la voluntad experimental de quien inicia su carrera literaria.

Ahora, bien, cada uno de estos autores explora posibilidades diferentes de su prosa. Sin negar ciertas preocupaciones, ciertas obsesiones que determinan el estilo de cada uno de ellos, encontramos la intención —no sé si consciencte o no— de mostrar las distintas posibilidades de su trabajo. Esto lo agradece el lector porque se encuentra con un libro lleno de variedad, de sobresaltos en el mejor sentido del término, ese tipo de sobresaltos que hacen que uno quiera releer el libro o volver a subirse a un juego.

¿Qué noto en el texto, a pesar de que debo aceptar que esta es una lectura rápida, contradictoria, apresurada? En principio el oficio de gente como Nicholas Gutiérrez Pulido, Rodolfo “Muzzy” Rodríguez y Sergio Cuateco. Autores muy diferentes, todos ellos ofrecen tramas interesantes, elaboradas, aunque a veces en sus relatos más cortos añoramos lo que muestran en sus realizaciones de mayor aliento. Pero si los autores son buenos, realmente la aportación de las autoras seleccioinadas me parecen de lo mejor. En ellas encontramos una voluntad desacralizadora, un espíritu de juego y experimentación que nos obligan a estar atentos a lo que escriban. Marisol Valdivia, Mayra Martínez Espinoza, Susana López Sánchez , Julia Salinas y Samantha Zárate, ofrecen texos que están fundados en una mirada crítica, innovadora, a veces juguetona. No es que sus compañeros no tengan estos elementos en sus textos, es sólo que por alguna razón desconocida si a ellos les corresponden las tramas más acabadas en términos generales a ellas les corresponde un senctido de búsqueda más evidente.

A mi gusto, esta selección de textos amerita leerse, no aburre y despierta en relación con cada uno de los autores diversos cuestionamientos que solo el seguimiento de su trayectoria podrá resolver.

Por ahora sólo me queda invitarlos a que lean el libro, y terminada su lectura, me digan si no valió la pena, ya que para ese momento estaremos esperando un nuevo libro de nuestros autores.

jueves, 14 de octubre de 2010

Vampirismo en la obra de H.P. Lovecraft

Paco Echeverría
Óclesis

Desde la publicación de la famosa saga literaria conocida como “The Cthulhu Mythos” (Los mitos de Cthulhu), el escritor Howard Phillips Lovecraft ha sido fuente de una pasión inagotable dentro de la literatura de terror fantástico. Los temas que el lector ha de encontrar en cada uno de los textos que conforman dicha mitología son variados, pues van desde alienígenas, criaturas sobrenaturales, entidades amorfas, razas extrañas, humanoides, cultos humanos degenerados, esoterismo, brujería y vampirismo.

Respecto a este último, es un tópico desconocido o poco estudiado o novedoso en algunos casos dentro de la obra de Lovecraft, como lo podemos constatar en los numerosos correos que han enviado nuestros lectores a la cuenta de “Jornadas Lovecraftianas”, pidiéndonos clarificar y valorar más la figura del vampiro o del vampirismo en la obra del famoso literato, tratando de ir más allá de penosas e incipientes charlas que algunos grupos han presentado de una manera muy “light”, carentes siquiera de definir el sentido de la práctica hacia indagaciones de vanguardia que rompan con las visiones clásicas.

La creencia en los espíritus y seres sobrenaturales, de los más diversos tipos, ha sido algo común en los hombres de todas las épocas y de todo el orbe. Entre los más temidos y universalmente reconocidos se encuentran los “espíritus de los muertos”, y algunos ocultistas creen que la primera consciencia de un mundo de los espíritus aparece cuando el hombre primitivo, de naturaleza muy sensible, creyó que los muertos regresaban. Estas entidades intangibles y sutiles eran temidas porque visitaban la tierra en busca de nueva vida, generalmente mediante la absorción de sangre humana. Esto crearía la primera asociación mental entre la idea de los espíritus, la muerte, el reclamo de sangre y el vampirismo.

Ahora bien, en el caso de la obra de H.P. Lovecraft, podemos rescatar dos factores como influyentes para que éste abordara el tema vampírico: uno externo y uno interno. El primero se refiere a que a finales del siglo XVIII y principios del XIX, la creencia en vampiros se había extendido en algunas partes de Nueva Inglaterra, especialmente en Rhode Island —tierra natal de Lovecraft— y Connecticut Oriental. Es curioso que en esta región haya casos documentados de familias que exhumaban a sus muertos para practicarles algún tipo de ritual mágico con el fin de desterrar cualquier manifestación no-muerta (todavía la palabra “vampiro” no se utilizaba) que fuera capaz de enfermar y llevarse al otro mundo a sus familiares. En realidad, hoy se sabe, que lo que hacía fallecer a la gente era la devastadora tuberculosis y no la creencia de que el difunto venía a aniquilar a los miembros de la familia. Sin embargo esta idea quedó fijada en el folklore colectivo hasta convertirse en una leyenda urbana.

En cuanto al factor interno, si nos atenemos a lo que afirman la mayoría de los biógrafos, de que Lovecraft fue tratado como un inválido por su familia, a saber por su madre, sus dos tías, y su abuelo, malcriándolo con tanta sobreprotección. Seguramente esta vida mimada influyó en la configuración de su narrativa, y por tanto, en el asunto que estamos tratando aquí. Al respecto, Joseph Vernon Shea —uno de los miembros menos reconocidos del llamado “Círculo de Lovecraft”—, dice las siguientes palabras en su ensayo “H.P. Lovecraft: la casa y las sombras”: “La mansión Lovecraft fue siempre esencialmente una casa de mujeres. La Sra. Lovecraft reprimía a Howard como una inmensa almohada, concentrando hacia ella su devoción e individualidad. Las únicas visitas regulares eran sus tías del lado materno, con las que viviría incluso después de la muerte de su madre. Una de sus tías, la señorita Gamwell, residiría con Lovecraft casi toda su vida adulta, cuidándose de los quehaceres de la casa. Ella le sobreviviría por pocos años. Sin embargo, Lovecraft debió haberse proyectado a través de sus lecturas con la leyenda del vampirismo sin reconocer, solo subconscientemente, al vampiro en su casa”.

Con base en estos factores, sobran razones para comprender porque se encuentran algunos rastros de vampirismo en las páginas lovecraftianas, ya sea: 1) como característica de sus criaturas de otros mundos o, 2) como parte de siniestros rituales mágicos.

Dentro del primer caso podemos citar el relato titulado “The outsider” (El extraño, 1921), en el que se percibe un trabajo casi autobiográfico en el que Lovecraft, a través del personaje, construye una criatura con cierto aire vampiresco, un monstruo aislado de la sociedad que patéticamente transmite ese sentimiento de soledad y que sin duda sirve para que el autor hable metafóricamente sobre su triste micromundo: “Mi aspecto era asimismo una cuestión ajena a mi mente, ya que no había espejos en el castillo”.

“The Hound” (El sabueso 1922), también es un relato en el que Lovecraft presenta de una manera completamente original el vampirismo. Llevados por el ímpetu de la aventura, dos profanadores de tumbas modernos roban un extraño talismán de la tumba de un antiguo profanador holandés, cuya maldición se manifiesta a través de rasguños, huellas dejadas en el suelo, ojos que observan en la oscuridad, pero sobre todo, del lejano, tenue y monótono aullido de lo que parece ser un sabueso gigantesco, el cual después de cometer una serie de asesinatos es hallado del siguiente modo en su tumba: “Allí, en el interior del féretro secular, y abrazado por un numeroso grupo de grandes, nervudos y dormidos murciélagos, se encontraba el ser al que habíamos profanado mi amigo y yo; pero no limpio como lo habíamos visto entonces, sino cubierto de coágulos de sangre, y trozos de carne y pelo, y me observaba fijamente con sus cuencas oculares fosforescentes y sus filosas fauces sangrientas y abiertas, esbozando una sonrisa ante mi inexorable condena”. Sin duda se trata de un demonio fuertemente asociado al vampirismo

En otro relato, “The Sunned House” (La casa evitada, 1924), donde Lovecraft juega con la figura del vampiro desde una perspectiva que rompe con la tradicional representación de éstas criaturas; se trata de una entidad amorfa que además de la sangre succiona la vitalidad de los habitantes de la casa hasta llevarlos a la muerte: “La mancha antropomórfica de mohoso salitre del suelo, la configuración o silueta del amarillento vapor y la curvatura de las raíces en algunas de las antiguas leyendas, tendían a confirmar por lo menos una remota y recordada conexión con la forma humana; pero nadie podía saber con certeza hasta qué punto era representativa o permanente aquella similitud”.

Aquí se trata de la versión del vampiro como “entidad psíquica”, es decir, una entidad que lleva a la muerte a los seres humanos no por contacto físico, sino más bien por medio de la absorción de su energía vital.

Finalmente podemos mencionar también “The Shadow out of Time” (traducido como En la noche de los tiempos o La Sombra fuera del tiempo, 1935) o “The Festival” (El ceremonial, 1923) en que alcanzamos a leer lo siguiente: “Maldita sea la tierra donde los pensamientos muertos viven reencarnados en una nueva y particular existencia, y maldita sea el alma que no habita ningún cerebro”. Una ambigua referencia al vampirismo, que sumada a los ejemplos anteriores, Lovecraft trata de decirnos que siempre serán buenos tiempos para hablar de aquellos muertos que nos sumergen en aquel laberinto de horror y locura.

Ahora bien, en lo que respecta al fenómeno vampírico como resultado de cierta magia póstuma. Para ello, tenemos la compleja novela titulada “The Case of Charles Dexter Ward” (El caso de Charles Dexter Ward, 1927), en la cual Lovecraft trata de forma completamente original el vampirismo, combinándolo con los Mitos de Cthulhu, la alquimia y la brujería.

Un dato interesante de este trabajo lovecraftiano es el giro que experimenta la clásica trama del vampiro, pues en la mayoría de los casos la historia comienza presentando a éstas criaturas bajo una apariencia viva y humana, bebiendo porciones moderadas de sangre, para después morir y retornar hacia el final de la narración. En la citada novela del maestro Lovecraft sucede lo contrario, el vampiro es un ya muerto desde el principio y prepara su retorno a este mundo exigiendo generosas porciones de sangre.

Bajo esta esquema, es preciso aclarar que dentro de la literatura vampírica la figura del vampiro ha servido de metáfora para cualquier asunto: en Bram Stoker representa la metáfora de la liberación sexual; en Garth Ennis es la metáfora de la vida de un alcohólico; en Anne Rice generalmente es la metáfora de la homosexualidad y en Stephen King es la alusión a una infección viral. El vampiro de Lovecraft en “The Case of Charles Dexter Ward”, es el emblema de lo peligroso que puede resultar hurgar acerca de nuestro propio pasado, empezando desde nuestra historia de familiar, donde seguramente encontraremos cosas que jamás hubiéramos querido saber.

En efecto, en la trama, el joven Ward rastreando el pasado de Joseph Curwen, uno de sus ancestros de la época colonial en Nueva Inglaterra, descubre que éste fue un exitoso comerciante naviero dedicado a la trata de esclavos y un hábil mago, cuyos poderes le permitían retrasar los efectos del envejecimiento, a tal punto, que en el momento de su muerte, cuando tenía ya más de un siglo de edad, todavía aparentaba ser a lo sumo de 40 años. También tenía la capacidad de resucitar a los muertos y de conversar con ellos, convocar entidades cthulhianas —como Yog-Sothoth— y lanzar hechizos capaces de trascender el tiempo e inspirar a algún descendiente a interesarse en su obra, y en su momento, que intente traerlo a la vida.

Curwen hace un vasto uso del sortilegio de la resurrección para acumular tanto conocimiento histórico como ocultista, y lograr así, poderes cada vez más grandes. Curwen mostrará elementos combinados de posesión demoniaca y tendencias vampíricas, atacando a los viajeros locales y penetrando en las casas para beber la sangre de los habitantes: “He aquí el siguiente párrafo: “Muchas personas que volvían tarde a sus hogares o dormían con las ventanas abiertas fueron atacadas por una criatura extravagante, que los sobrevivientes describieron alta y delgada, de mirada febril, que hincaba los dientes en la garganta o en el hombro para succionar con avidez el fluido sanguíneo de la víctima”.

Ahora bien, un dato curioso dentro de la temática vampírica fue el juego literario que entablaron Lovecraft y Robert Bloch —aquel que escribiría “Psicosis” llevada después a la pantalla con gran éxito. Hacia 1935 Bloch escribió “The Shambler from the Stars” (El vampiro estelar, 1935), en el que un vampiro proveniente del espacio sideral se caracteriza por su voraz apetito de sangre: “Era una inmensidad de gelatina palpitante, húmeda y roja, una burbuja escarlata con miles de apéndices tentaculares que se enroscaban y desenroscaban en el vacío. En los extremos de estos apéndices, unas bocas se abrían y cerraban con horrible codicia… Era una cosa hinchada y obscena, un bulto sin cabeza, sin rostro, sin ojos, una especie de buche ávido, dotado de garras, que había brotado del vacío estelar”.

Es un cuento muy bueno, pues no cae en el estereotipo del vampiro tradicional, es simplemente una manera de mirar al vampiro desde una perspectiva galáctica.

A modo de broma, Bloch introdujo en el relato a un místico de Providence, fácilmente identificable como Lovecraft, que sufría una muerte horrible al recitar un pasaje de un maléfico tomo. Más tarde, Lovecraft le devolvió la jugada con “The Haunter of the Dark” (El morador de las tinieblas, 1936) y su vampiro: “Por la noche se había desencadenado una tormenta que había dejado sin luz a la ciudad […] Los vecinos de la iglesia maldita juraban que la bestia de la aguja se había aprovechado de la ausencia de luz en las calles y había bajado a la nave de la iglesia, donde se habían oído unos torpes aleteos, como de un cuerpo inmenso y viscoso”.

Luego, Bloch escribiría un tercer relato, “The Shadow from the Steeple” (La sombra que huyó del chapitel), como continuación de The Haunter of the Dark.

Un excelente ejercicio literario el que emprendieron estos escritores para poner en evidencia que el vampirismo en todas sus facetas será siempre un tema central para manifestar los deseos e inquietudes inexpresadas de la sociedad. La forma en que Lovecraft incluye el género vampírico a sus relatos es destacada, a pesar de que dicho género, para la época de nuestro autor estaba ya agotado, inclusive tenía cierta aversión por los clásicos clichés de vampiros, fantasmas, científicos locos y hombres lobo, razón por la cual le impulsó a desarrollar una visión sobre el horror cósmico, su legado más granado.
Publicado en la Sección Cultural de Momento Diario (Puebla, México), 12 y 13 de Mayo de 2010

lunes, 4 de octubre de 2010

Palabras en la dulce promesa del extravío

Paco Echeverría
Óclesis

El pasado sábado 25 de septiembre el famoso espacio cultural “Profética. Casa de la Lectura” fue centro de inquietudes que al vuelo de la letra en malabares lúdicos sirvió para presentar la colección de cuentos “Palabras Perdidas”. Hoy que se habla tanto de ya no tener ideología, parece ser que con esta apuesta literaria, dicha afirmación se trueca como una cuestión irremplazable, ya que los hombres necesitan dar algún sentido a sus vidas y este sentido, entre los tantos artificios que ha creado el mismo hombre, se encuentra la palabra como acto de creación colectivo, capaz de arrobarse en la dulce promesa del extravío.

“Palabras perdidas” es el resultado de un trabajo de equipo, de introspección compartida, de abrazos mutuos arropados en brazos del otro, un viaje en el que los narradores saben que el primer paso es lento, no obstante los resultados se verán mañana, cuando el mito de juntar palabras en busca de una coherencia lógica termina por abismarnos en la negatividad de nuestra propia dialéctica.

Durante la presentación de este bocado literario, Marco Antonio Cerdio Roussell aceptó que el azar lo había llevado a su lectura: “Fue el azar el que puso en mis manos este pequeño libro de pasta negra y portada abstracta que esta tarde presentamos. Sin embargo, no se puede negar la profunda causalidad inherente al azar. Este pequeño libro que, en una primera mirada, no es más que uno de tantos esfuerzos por hacer llegar a un potencial lector aquello que siendo en un principio intuiciones termina siendo, tras un fatigoso proceso de aprendizaje, prueba y error, nuestro relato, cumple con ciertas características que nos obligar a remarcar su presencia frete a otras posibilidades de lectura”.

Veintitrés relatos de ocho autores es la arquitectura de “Palabras perdidas”, cuyos registros y matices son variados —aseveró Cerdio Roussell—, “algunos quizá nos parezcan más viñetas psicológicas o divertimentos formales, pero en lugar de restarle méritos al libro, permiten una mayor amplitud de lecturas, por ejemplo al contrastar quién le apuesta a la introyección, quién a la construcción de una trama, quién a integrar lo fantástico, quién a elevar lo cotidiano a eje de su trabajo creativo. Retomando lo dicho previamente, uno de los rasgos que me permiten recomendar este libro es la gran variedad de registros que alcanzan estos ocho autores y que se recogen en los relatos seleccionados”.

En efecto, la pluralidad de voces del texto refleja un mundo ofuscado difícil de entender, difícil de clasificar, en el límite, bajo el sol de la cáustica duda y de la consigna nietzscheana de que “nadie puede construirse el puente sobre el cual hayas de pasar el río de la vida; nadie, a no ser tú”. De ahí la enajenante “Pregunta” por la que se desmorona Susana López Sánchez” en su relato: “tuve tiempo de seguir buscando mi duda, mi necesidad”.

Duda y necesidad, esos duendes que te besan en sueños, ojos que te miran a los ojos de manera tan directa, que son capaces de dejarte “Completamente a oscuras”, según reza el título del cuento de Julia Salinas. Lucha existencial, resaca juvenil y espejismo postmoderno parecen completar el cuadro de “Palabras perdidas”, pues de momento se tiene la desesperada sospecha por romper el tedio de tanto recuerdo que ya no era recuerdo, sino simple circularidad que se cierra para abrir otra, y otra, y otra … puro vértigo, y ya Mayra Martínez Espinoza lo ratifica así cuando sugiere que lo último que entendemos sobre la gravedad del amor y la vida es que en “Retroceso” ya no es lo mismo.

Sin embargo, Sergio Cuateco, es más fresco, capaz de dejar una sensación esperanzadora de encontrar el camino hacia el temido “yo”, aunque esto no significa que se trate de un negocio fácil o inequívoco, pues casi siempre será una promisoria moneda al aire, un “Águila o sol”: ¿risa o tristeza?, ¿apropiación o desapego?, ¿transparencia o mentira?, o simplemente aceptar el amor de puertas adentro durante la mañana gris del corazón antes de que se convierta en fallida epopeya. Creo que por eso María del Sol Valdivia nos refiere que “Los androides no aprecian la buena literatura”, porque no cabe duda de que todo es motivo de empatía y entropía, pura termodinámica de deconstrucción conceptual.

Para Cerdio Rousell, la confluencia de miradas es la culpable de la riqueza de “Palabras perdidas”, algo poco común en obras de este tipo. No se trata del libro de autores con trayectoria, pero encontramos autores en los que se nota el camino recorrido y un oficio; no es un texto de autores primerizos, pero encontramos relatos con todo el desparpajo y la voluntad experimental de quien inicia su carrera literaria.

Quizás el relato más sugerente sea el de Nicholas Gutiérrez Pulido, “La elección de Wittgenstein”: “Nosotros no podemos hacer proposiciones sobre el funcionamiento de nuestro lenguaje”, so pena de tropezar con aquellos “juegos del lenguaje” que el célebre filósofo propone porque el lenguaje no expresa como un espejo el mundo: “las palabras —Raúl Gutiérrez Sáenz dixit— tienen sentido de acuerdo con el uso que se hace de ellas y de acuerdo con el contexto en el que se usa dicho lenguaje”.

Finalmente Marco Cerdio exhortó a lectura del libro: “A mi gusto, esta selección de textos amerita leerse, no aburre y despierta en relación con cada uno de los autores diversos cuestionamientos que solo el seguimiento de su trayectoria podrá resolver. Por ahora sólo me queda invitarlos a que lean el libro, y terminada su lectura, me digan si no valió la pena, ya que para ese momento estaremos esperando un nuevo libro de nuestros autores”.

“Palabras perdidas” se encuentra a la venta en las librerías de “Profética. Casa de la Lectura ” (3 sur 701, Centro Histórico) y la Universidad Iberoamericana.

Publicado el Viernes 1 de octubre de 2010 en la Sección Cultural de Momento Diario